MEDIANOCHECLARA

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miércoles, 25 de mayo de 2011

SIN TITULO

Era el primer domingo de diciembre, y yo me pregunté si era verdad lo que estaba viendo:
un automóvil se detuvo, se entreabrió una puerta trasera y alguien hizo bajar a un perrito muy inquieto. “¡Bájate, Pulquete!”, ordenó una voz desde el interior. El pobre animalito
quedó desconcertado cuando el automóvil se alejó a toda velocidad. Me partió el
corazón verlo correr desesperado detrás del vehículo. Pulquete tendría unos seis o siete meses; menudito, de patas largas y pelo corto color de canela, exhibía una oreja negra de llamativo contraste. No volví a verlo hasta mucho después, pero imagino que esa noche, agotado y tembloroso, durmió acurrucado en el primer agujero que encontró. Por la mañana comenzó a buscar a sus dueños. Ese día no comió y apenas bebió un poco de agua estancada. Los días y las noches se le hacen interminables. A las dos semanas está flaco y decaído, aunque se lo puede reconocer fácilmente por su orejita negra. Como es muy joven comienza a olvidar a quienes lo arrojaron a la calle. Tal vez recuerda vagamente un patio soleado donde retozaba despreocupado. No sabe qué le pasa, pero tiene hambre y mucho miedo porque otros perros callejeros lo corren, la gente lo echa de las veredas y cuando cruza las calles, unos artefactos rugientes se le vienen encima. Pero a pesar de todo, Pulquete siente una irresistible atracción por las personas.
Cuando descubre que alguien lo mira compasivo, se le acerca tímidamente con la cabeza gacha y ojos que imploran una caricia. Pero, invariablemente, esa persona que se detuvo misericordiosa endurece la mirada y sigue su camino, no vaya a ser que el pobre animal se le adose y la siga. Diez días después de presenciar aquel acto incalificable, nuestro perro Budy, un maravilloso lanudo grandote y bonachón, de cuatro años de edad, se nos escapa, asustado por los cohetes, y se pierde. Lo buscamos días enteros por el barrio y por las calles de la ciudad, pero nuestro querido Budy no apareció. Tomás, nuestro hijo de ocho años, estaba desconsolado; nunca lo habíamos visto tan afligido. Se acercaba la Navidad y todo hacía presagiar que la íbamos a pasar con mucha tristeza. Budy se había alejado mucho de su casa. Cuando se le pasó el susto intentó regresar, pero caminó en sentido contrario y terminó en un mundo desconocido y ruidoso: el centro de la ciudad. Durante días y noches corrió desesperadamente buscando a su familia, hasta que el desaliento y el cansancio detuvieron su atolondrada carrera. Su mirada vivaz se apagó y su abundante pelaje pronto fue una maraña sucia y enredada. Un día que llovía copiosamente el pobre Budy trotaba pegado a la pared buscando algún sitio donde guarecerse cuando se topó con un cachorro flaco, asustado y empapado que se detuvo y lo miró con curiosidad. El debilucho Pulquete, al que ya se le contaban las costillas, y Budy, corpulento y greñudo, se quedaron estáticos bajo el aguacero observándose con expectación. Pulquete, con sus orejitas paradas, movió tímidamente la cola y Budy se le acercó para olerlo. Enseguida se hicieron amigos y ya no se separaron en su vagabundeo. El pequeño seguía al grande a todas partes, buscaban comida juntos y en las noches frescas se daban calor pegaditos uno con otro. Budy seguía con su idea fija de localizar su casa, obsesión que sólo olvidaba temporalmente cuando se divertía con Pulquete en el novedoso juego de perseguir automóviles y motocicletas Llegó el 24 de diciembre. Hacía ya catorce días que se había perdido nuestro perro, y desde entonces Tomás casi no hablaba ni se interesaba por nada. Mi esposa y yo, preocupados por tan prolongada apatía, decidimos llevarlo a la Misa del gallo que se celebraba a las diez de la noche en la Catedral. No sé cómo se nos ocurrió la idea, pero esa misma noche, al terminar la ceremonia, cuando todavía vibraban en nuestros corazones los conmovedores acordes de la Gloria in excelsis y los ángeles aún aleteaban sobre nuestras cabezas, comprobamos que aquella decisión no había sido casual. Al salir de la iglesia fuimos rápidamente hasta nuestro auto para llegar cuanto antes a casa, donde nos esperaban los abuelos de Tomás para la cena de Nochebuena. Iba a poner el motor en marcha cuando Tomás sale de su mutismo y me dice:
Mirá, papá, ese pobre perrito, ¡qué flaco está! Me fijo donde me señalaba mi hijo y reconozco al cachorro por su inconfundible mancha negra. Pero si es Pulquete, el cachorro que tiraron a la calle desde un auto. ¿Te acordás
que te lo conté? Fue antes de que se perdiera Budy. Qué desmejorado está, pobrecito.
Mirá como nos mira, papi, como si quisiera venir con nosotros...No, Tomás...,
no podemos...Quiero acariciarlo papá, por favor... ¡Vení, perrito...!Yo sabía que si Tomás acariciaba a ese cachorro tendríamos que llevarlo a nuestra casa. ¿Pero cómo negarle ese gesto de ternura después de lo que había sufrido? Nos miramos resignadamente con mi esposa y asentimos en silencio.Tomás bajó del auto y acarició efusivamente al cachorro. Había que verlo a Pulquete, estaba loco de alegría, movía la cola, le lamía las manos y la cara, saltaba feliz, se tiraba panza arriba. Papá, está hambriento, tenemos que darle de comer. Está bien, subilo al auto que lo llevamos a casa. Tomás, entusiasmado y feliz como no lo habíamos visto en semanas, trató de inducir al cachorro a que subiera. Pero para nuestra sorpresa, Pulquete no avanzó. Se quedó parado expectante. Tomás insistió en llamarlo pero el perrito, lejos de subir al auto amagó con alejarse. Se puso a ladrarnos como si quisiera decirnos algo. Se alejaba de nosotros, se detenía y nos ladraba. Su comportamiento era muy extraño. Tomás intentó agarrarlo pero apenas se le acercó, el cachorro corrió para volver a detenerse y a ladrarnos varios metros adelante. Tomás quería ir tras él, pero se nos hacía tarde y no podíamos perder tiempo en los caprichos de un perro desconocido. Déjalo, Tomás, es muy tarde, vamos a casa.¡Papá, por favor...! Subí, vamos a casa, está claro que no quiere venir con nosotros. Puse el motor en marcha y Tomás se largó a llorar. Pulquete había vuelto a correr y ya había doblado la esquina. Lo que sucedió a continuación todavía hoy nos emociona y no lo vamos a olvidar en nuestras vidas. El motor del auto se detuvo inexplicablemente y no hubo forma de hacerlo arrancar. “¿Qué pasó?, me dije inquieto, ¿Se habrá ahogado? Sí, seguro...; bueno, paciencia, tendremos que esperar un poco”. Tomás lloraba en el asiento trasero y adiviné que mi esposa, con la cara vuelta hacia la ventanilla, también dejaba correr algunas lágrimas silenciosas. En eso oímos unos ladridos familiares. ¡Papá, papá! gritó Tomás
¡Mirá! ¿Ese no es Budy? ¡Por el amor de Dios, sí, es Budy, es Budy! exclamó mi esposa¡Era Budy ! Había reconocido el automóvil y venía corriendo desde la esquina a toda velocidad.
Y detrás de él, ladrando entusiasmado, venía Pulquete, el cachorro abandonado que no quiso abandonar a su amigo y por eso había tratado de hacernos entender que debíamos esperarlo hasta que él lo fuera a buscar. Y adivinen qué pasó cuando los dos perros estaban ya dentro de nuestro automóvil y todos llorábamos y reíamos de alegría: el motor arrancó apenas giré
la llave. Fue como si algún ángel de Navidad, un ángel tal vez de los animales, ¿por qué no?, hubiera dicho con una dulce sonrisa: “Bueno, ahora sí se pueden ir todos a

Era el primer domingo de diciembre, y yo me pregunté si era verdad lo que estaba viendo:
un automóvil se detuvo, se entreabrió una puerta trasera y alguien hizo bajar a un perrito muy inquieto. “¡Bájate, Pulquete!”, ordenó una voz desde el interior. El pobre animalito
quedó desconcertado cuando el automóvil se alejó a toda velocidad. Me partió el
corazón verlo correr desesperado detrás del vehículo. Pulquete tendría unos seis o siete meses; menudito, de patas largas y pelo corto color de canela, exhibía una oreja negra de llamativo contraste. No volví a verlo hasta mucho después, pero imagino que esa noche, agotado y tembloroso, durmió acurrucado en el primer agujero que encontró. Por la mañana comenzó a buscar a sus dueños. Ese día no comió y apenas bebió un poco de agua estancada. Los días y las noches se le hacen interminables. A las dos semanas está flaco y decaído, aunque se lo puede reconocer fácilmente por su orejita negra. Como es muy joven comienza a olvidar a quienes lo arrojaron a la calle. Tal vez recuerda vagamente un patio soleado donde retozaba despreocupado. No sabe qué le pasa, pero tiene hambre y mucho miedo porque otros perros callejeros lo corren, la gente lo echa de las veredas y cuando cruza las calles, unos artefactos rugientes se le vienen encima. Pero a pesar de todo, Pulquete siente una irresistible atracción por las personas.
Cuando descubre que alguien lo mira compasivo, se le acerca tímidamente con la cabeza gacha y ojos que imploran una caricia. Pero, invariablemente, esa persona que se detuvo misericordiosa endurece la mirada y sigue su camino, no vaya a ser que el pobre animal se le adose y la siga.Diez días después de presenciar aquel acto incalificable, nuestro perro Budy, un maravilloso lanudo grandote y bonachón, de cuatro años de edad, se nos escapa, asustado por los cohetes, y se pierde. Lo buscamos días enteros por el barrio y por las calles de la ciudad, pero nuestro querido Budy no apareció. Tomás, nuestro hijo de ocho años, estaba desconsolado; nunca lo habíamos visto tan afligido. Se acercaba la Navidad y todo hacía presagiar que la íbamos a pasar con mucha tristeza. Budy se había alejado mucho de su casa. Cuando se le pasó el susto intentó regresar, pero caminó en sentido contrario y terminó en un mundo desconocido y ruidoso: el centro de la ciudad. Durante días y noches corrió desesperadamente buscando a su familia, hasta que el desaliento y el cansancio detuvieron su atolondrada carrera. Su mirada vivaz se apagó y su abundante pelaje pronto fue una maraña sucia y enredada. Un día que llovía copiosamente el pobre Budy trotaba pegado a la pared buscando algún sitio donde guarecerse cuando se topó con un cachorro flaco, asustado y empapado que se detuvo y lo miró con curiosidad. El debilucho Pulquete, al que ya se le contaban las costillas, y Budy, corpulento y greñudo, se quedaron estáticos bajo el aguacero observándose con expectación. Pulquete, con sus orejitas paradas, movió tímidamente la cola y Budy se le acercó para olerlo. Enseguida se hicieron amigos y ya no se separaron en su vagabundeo. El pequeño seguía al grande a todas partes, buscaban comida juntos y en las noches frescas se daban calor pegaditos uno con otro. Budy seguía con su idea fija de localizar su casa, obsesión que sólo olvidaba temporalmente cuando se divertía con Pulquete en el novedoso juego de perseguir automóviles y motocicletasLlegó el 24 de diciembre. Hacía ya catorce días que se había perdido nuestro perro, y desde entonces Tomás casi no hablaba ni se interesaba por nada. Mi esposa y yo, preocupados por tan prolongada apatía, decidimos llevarlo a la Misa del gallo que se celebraba a las diez de la noche en la Catedral. No sé cómo se nos ocurrió la idea, pero esa misma noche, al terminar la ceremonia, cuando todavía vibraban en nuestros corazones los conmovedores acordes del Gloria in excelsis y los ángeles aún aleteaban sobre nuestras cabezas, comprobamos que aquella decisión no había sido casual. Al salir de la iglesia fuimos rápidamente hasta nuestro auto para llegar cuanto antes a casa, donde nos esperaban los abuelos de Tomás para la cena de Nochebuena. Iba a poner el motor en marcha cuando Tomás sale de su mutismo y me dice:
Mirá, papá, ese pobre perrito, ¡qué flaco está! Me fijo donde me señalaba mi hijo y reconozco al cachorro por su inconfundible mancha negra. Pero si es Pulquete, el cachorro que tiraron a la calle desde un auto. ¿Te acordás
que te lo conté? Fue antes de que se perdiera Budy. Qué desmejorado está, pobrecito.
Mirá como nos mira, papi, como si quisiera venir con nosotros...No, Tomás...,
no podemos...Quiero acariciarlo papá, por favor... ¡Vení, perrito...!Yo sabía que si Tomás acariciaba a ese cachorro tendríamos que llevarlo a nuestra casa. ¿Pero cómo negarle ese gesto de ternura después de lo que había sufrido? Nos miramos resignadamente con mi esposa y asentimos en silencio.Tomás bajó del auto y acarició efusivamente al cachorro. Había que verlo a Pulquete, estaba loco de alegría, movía la cola, le lamía las manos y la cara, saltaba feliz, se tiraba panza arriba. Papá, está hambriento, tenemos que darle de comer. Está bien, subilo al auto que lo llevamos a casa. Tomás, entusiasmado y feliz como no lo habíamos visto en semanas, trató de inducir al cachorro a que subiera. Pero para nuestra sorpresa, Pulquete no avanzó. Se quedó parado expectante. Tomás insistió en llamarlo pero el perrito, lejos de subir al auto amagó con alejarse. Se puso a ladrarnos como si quisiera decirnos algo. Se alejaba de nosotros, se detenía y nos ladraba. Su comportamiento era muy extraño. Tomás intentó agarrarlo pero apenas se le acercó, el cachorro corrió para volver a detenerse y a ladrarnos varios metros adelante. Tomás quería ir tras él, pero se nos hacía tarde y no podíamos perder tiempo en los caprichos de un perro desconocido. Dejalo, Tomás, es muy tarde, vamos a casa.¡Papá, por favor...! Subí, vamos a casa, está claro que no quiere venir con nosotros. Puse el motor en marcha y Tomás se largó a llorar. Pulquete había vuelto a correr y ya había doblado la esquina. Lo que sucedió a continuación todavía hoy nos emociona y no lo vamos a olvidar en nuestras vidas. El motor del auto se detuvo inexplicablemente y no hubo forma de hacerlo arrancar. “¿Qué pasó?, me dije inquieto, ¿Se habrá ahogado? Sí, seguro...; bueno, paciencia, tendremos que esperar un poco”. Tomás lloraba en el asiento trasero y adiviné que mi esposa, con la cara vuelta hacia la ventanilla, también dejaba correr algunas lágrimas silenciosas. En eso oímos unos ladridos familiares. ¡Papá, papá! gritó Tomás
¡Mirá! ¿Ese no es Budy? ¡Por el amor de Dios, sí, es Budy, es Budy! exclamó mi esposa¡Era Budy ! Había reconocido el automóvil y venía corriendo desde la esquina a toda velocidad.
Y detrás de él, ladrando entusiasmado, venía Pulquete, el cachorro abandonado que no quiso abandonar a su amigo y por eso había tratado de hacernos entender que debíamos esperarlo hasta que él lo fuera a buscar. Y adivinen qué pasó cuando los dos perros estaban ya dentro de nuestro automóvil y todos llorábamos y reíamos de alegría: el motor arrancó apenas giré
la llave. Fue como si algún ángel de Navidad, un ángel tal vez de los animales, ¿por qué no?, hubiera dicho con una dulce sonrisa: “Bueno, ahora sí se pueden ir todos a casa a celebrar
la Nochebuena" Desconozco su autor


14 comentarios:


  1. Me encuentro descansando unos días en mi tierra bañada por el mar Cantábrico.

    Pero no por ello dejo de sentir la necesidad de pasar a dejarte unas letras para saludarte y desearte un hermoso fin de semana como presiento va a ser el mio también.

    Mis disculpas por no pasar a principio de semana, por más que lo he intentado me ha sido imposible...

    Desde esta tierrina donde estoy disfrutando de una vegetación de tan frondoso verdor, te envío un inmenso abrazo repleto de mi cariño!!

    María del Carmen

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  2. ¡Qué tremendo este relato! Casi no podía leerlo. Hay épocas en que me encuentro demasiado sensibilizada, mi querida Ma. del Rosario. Pero es muy, muy hermoso y contiene enseñanzas que ojalá las personas aprovecharan. Quiero comentarte acá, ya que no hay otra cosa privada que el texto está repetido. Fijáte. Un Mundo de cariño.

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  3. ....Y vivieron todos felices para siempre!! Muy buen relato querida amiga, Me gusta esta blog asi que tambien te seguire por aca a ver que descrubro...Muchas gracias por tu visita , Siempre es un honor recibir tu visita y tus bellos comentarios. Bendiciones!!!

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  4. Estoy viviendo los últimos días de un breve periodo de descanso, siendo muy grato compartir contigo los sentimientos que afloran en el jardín del alma...

    A mistad
    S ueños
    T ernura
    U nión
    R imas
    I lusión
    A legría
    S onrisas

    Para desearte un esplendido fin de semana con sincero aprecio.

    María del Carmen

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  5. Que bello relato, emotivo y lleno de sentimiento, de principio a fin...

    Paso a saludarte, mis mejores deseos para esta semana...

    JALE

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  6. Hola querida amiga, gracias por tus palabras de aliento en estos malos momentos que estoy pasando. Parece que estoy un poco mejor, espero volver pronto con todos vosotros a los que tanto echo de menos. Agradezco tu cariñosa visita y correspondo a ella ahora que mi salud me lo permite, aunque aún me queda un trozo de camino que remontar hasta llegar al final de este túnel en el que me he metido sin saber el motivo.
    Besos, con todo mi cariño

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  7. Que he regresado es evidente, y que traigo el baúl cargado de ilusiones para unos cuantos días también es un pensamiento acertado...

    Pero siempre se queda otro deseo en espera, y es la tentación de pasar por este espacio para satisfacerme de las letras y su contenido, siendo dejadas como aportación de ideas y creando un puente de amistad entre los amig@s, permitiendo pleno derecho a los sentimientos...

    Y eso me estaba esperando cada día recordándome que el tiempo es la madre del olvido, pero en esta ocasión se equivocaba, se equivocaba...

    Brindo por estar un día más a tu lado!!

    María del Carmen

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  8. hola como estas?
    despues de un poco mas de tres meses he regresado
    y he subido una nueva nota... te invito a visitarla..
    te dejo un fuerte abrazo!!!

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  9. La vida tiene un trayecto corto, por eso es importante romper las reglas y tomar la iniciativa...

    En perdonar y olvidar a los que han dañado, sin guardar rencor, ser sinceros con nosotros mismos y con los demás, reír a mandíbula abierta y nunca, nunca, olvidarse de ser feliz y así vamos forjando un mañana más transparente.

    Al menos lo intento, y deseo que seas feliz hoy, el resto de semana y siempre!!

    Te aprecia

    María del Carmen

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  10. Sensible y bello que transmite paz, gracias por compartir.
    pasaba a saludarte y desearte una feliz semana.
    un abrazo.

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  11. infinitas gracias por hacernos confidentes de tan bello y tierno relato, un besin muy grande de esta amiga admiradora.

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  12. Te felicito por tu nuevo espacio y el relato es conmovedor y bello. Gracias por compartirlo.

    Cariños!

    =) HUMO

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  13. Cuando a las cumbre veas llegar la borrasca abre las ventanas y la luz del arco iris dispersará las dudas que puedan estar pobladas de sombras...

    Feliz fin semana para que el cuerpo descanse con premura. Es mi deseo como cada semana, para el amig@ que siempre tiene esa palabra afable para endulzar los sentimientos que reposan en el interior del alma...

    Un adiós y hasta el primer instante que me sea posible volver a abrir el marco virtual que alberga la amistad del universo.

    (Desde hoy he empezando a festejar mi santo y me apetece compartirlo contigo..)

    Siempre tuya...

    María del Carmen

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  14. ¡Hola! no soy de lágrima fácil, pero estoy con los ojos aguaditos y es que mi Lúa la traje a casa de un refugio de animales, también el verano pasado unos malnacidos la abandonaron en una carretera. Cada día me regala tanto amor que pienso que es élla quien me adoptó.
    Ha sido un placer volar hasta tu ventana.

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